lunes, 25 de octubre de 2010

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Día de semana. Media mañana en Zapala.
Padre sale de su trabajo y se dirige a su hogar. Tiene que dejarle el auto a Madre para que ella realice unos trámites en el centro; lo que requiere conducir hasta casa y ser llevado nuevamente al trabajo.

No era la mejor mañana para Padre; había muchos pendientes urgentes esperando ser resueltos; y probablemente el hecho de tener que posponerlos momentáneamente y llevarle el auto a Madre no era lo más divertido del mundo.

Madre, por su parte, estaba teniendo un mañana alegre y llevadera. Es casi seguro que escuchaba su programa de radio favorito y tomaba mates cuando Padre llegó. Se habrá preparado rápidamente, y cartera en mano, se habrá sentado en el asiento del conductor para llevar a su esposo nuevamente al laburo.

Y claro, Madre venía risueña, contando historias y haciendo preguntas sobre la mañana de Padre, del que no podía sacar más que monosílabos y sonrisas de medio pelo, de esas que te hacen cuando en realidad no les importa lo que estás contando.

Entonces Madre mientras conducía, sienténdose ignorada, y en un arrebato de genialidad cómica del que sola ella era capaz, hizo la pregunta que resumía todas las emociones de Padre y que se convertiría en marca registrada entre mis compañeros al llegar semi-dormidos a la escuela:

"¿Y a vos qué te pasa que estás así, eh? ¿Te comiste un pickle, desayunaste un litro de vinagre o qué? "

domingo, 24 de octubre de 2010

En el jardín.

La Seño Alicia estaba festejando, junto con sus alumnitos y la mamás de la sala, el cumpleaños de uno de los nenes. Imaginemos la situación: jardín de infantes pequeño; ambiente de alegría y juego, de esos que siempre acompañan las fiestas infantiles.

Mientras tanto, la Seño Alicia charlaba animadamente con una de las madres, al tiempo que comía y disfrutaba de los confites que había en un platito.

En un momento dado, la Seño Alicia se percata de que algo extraño estaba ocurriéndole a nivel odontológico: al parecer algunos confites eran un tanto "plásticos" y era difícil masticarlos con normalidad.

Extrañada sigue conversando; pero la incomodidad iba en aumento.

Finalmente, en un instante de iluminación, la Seño Alicia cae en cuenta de lo que estaba ocurriendo: con el máximo disimulo del que fue capaz mientras seguía conversando, tocó sus dientes frontales y descubrió, para su desgracia, una fina capa de cera roja cubriéndolos.

Claro, lo que parecían ser inocentes confites, no eran más que los pedazos de la simpática vela de la torta, que sin pena ni gloria estaba siendo degustada.